No hay quien tosa a Novak Djokovic. El serbio demostró este domingo por la noche, madrugada del lunes en España, en la final del Abierto de EE.UU., que es el mejor del momento y, a juzgar por sus títulos, el mejor de siempre.
A Djokovic le quedaban pocos récords por batir cuando salió al cemento azul de Arthur Ashe.. Es quien acumula más semanas como número, más títulos Masters 1000 y más Grand Slam, la pieza más codiciada.
Hasta el domingo, eran 23 ‘grandes’, más que ningún otro en la ATP. Con el último en Nueva York, que consiguió en tres sets frente a Daniil Medvedev (6-3, 7-6-3), igualaba a Margaret Court, la tenista que dominó el circuito femenino en la década de 1960 y principios de 1970. Djokovic se aseguraba, además, convertir en misión casi imposible que cualquiera de los otros dos tenistas con los que se ha disputado el dominio del tenis mundial en lo que va de siglo XXI le alcancen en la lucha por el jugador con más ‘grandes’. Roger Federer, con 20, está retirado y sería un milagro que Rafael Nadal, con 22, encontrara la mejor forma en su reaparición del año que viene.
Medvedev se antojaba como un rival temible para quien desde hoy vuelve a ser número uno. El ruso había sujetado en semifinales a Carlos Alcaraz, el otro favorito con Djokovic, con un juego rocoso desde el fondo de la pista, desesperando al murciano.
Medevedev, especialista en pista dura, buscó repetir el plan con Djokovic, pero el serbio lo deshizo. Nunca se precipitó, aguantó los peloteos del ruso y jugó con agresividad en saque-volea cuando tocaba.
El serbio no había tenido un rival de entidad durante todo el torneo. Le tocó un cuadro fácil en el que, además, algunos de los mejores cabezas de serie cayeron a las primeras de cambio. En semifinales, acabó con facilidad con Ben Shelton, un estadounidense de 20 años que ni siquiera era cabeza de serie.
Pero Medvedev sí era una vara de medir y Djokovic demostró que sigue en un gran estado de forma, el que le había llevado a dos ‘grandes’ este año -Australia y Roland Garros-, finalista de una más -Wimbledon, frenado por Alcaraz- y partidos épicos como la final en Cincinnati, donde doblegó al español.
En el primer set, sacó músculo físico. Si Medvedev era una pared desde el fondo, él era un frontón, con devoluciones que acariciaban la línea como rutina. No concedió ni un punto de ‘break’ al ruso y aprovechó uno para inclinar la manga.
El músculo mental apareció en el segundo set. No permitió ni un error no forzado hasta el 3-3. Cuando empezaron a aparecer, se aferró al partido como pudo -incluido su espectáculo habitual de caídas al suelo y lesiones aparentes-, forzó la muerte súbita y ganó por la mínima. Medvedev lo intentó en el tercer set pero el intercambio de fallos y ‘breaks’ benefició al serbio. La última pelota de Medvedev se fue a la red y Djokovic levantó los brazos. No hay nadie en el planeta que pueda decir que es más ‘grande’ que él.