“En la familia de mi padre todos son parecidos; todos eran idénticos a la madre de su madre. Abarbanel era su llamada soltera, y así les decía mi madre ese día: “Los Abarbanel, son una panda de cotorras escandalosas”. Así comienza el primero de los tres cuentos que componen porque vengo y vandel estado unidense Bette Howlandcuya obra fue rescatada del infausto olvido hace apenas unos años gracias a T-3sus extraordinarios comienzos en los años 1970.
En este cuento, Howland relata una perspectiva única de su experiencia como paciente en una institución psiquiátrica de Chicago, como la intención de suicidarse mediante una sobredosis de pastillas para dormir. Estos libros han sido publicados con magníficas traducciones de Inés Garland.
La diferencia de esta familia Ruidosa, hilarante protagonista del reportaje inicial, está eternamente predispuesta a conversar –y, sobre todo, a vincularse– a los gritos, la encargada de narrar su historia, una mujer llamada Esti, no levanta la voz, no exagera, no más de lo necesario. La discreción determina su tono –en definitiva, define una posición–, orientada a la celebración de la comedia familiar del mismo, sin renunciar a una distancia cautelosa y amorosa, también participa.
El desarrollo de las variables de esta comedia es el juego que propone el libro de Howland. Sí, es la discreción, dice, la característica adecuada para definir el propio estilo. Por dos razones, el trabajo de tu escritura es útil, y tu literatura sostiene como estándar la convicción de no permitir ningún tipo de modulación sentimental o emocional. (Existe entonces una grata paradoja de que la traducción de su llamado revele exactamente lo opuesto: “tierra de los gritos”).
Como quien descansa en la oscuridad, regresó con la familia de su padre y así recuperó, quizás, lo imposible: un tiempo perdido. Lo mejor es: recuperar la forma en que observaste a tus seres queridos durante tu infancia y adolescencia. Por la superposición de breves escenas de tu memoria, evoca con oscuridad y fascinación la enigmática presencia de tu abuelo, un inmigrante de Odessa que no llevaba sobre sus espaldas ninguno de sus secretos; una breve parada, por un tiempo, en casa de tíos extravagantes; sus primeros amores.
Para Howland, la experiencia del pasado se cita detalladamente, en la anécdota menor también secretamente significativa, en la descripción pormenorizada de un rostro, un objeto, una circunstancia social; al reconocer una forma de viajar, sostener un cigarrillo o soltarse el cabello.
El segundo reportaje, “El vídeo de Bromista”, es el mejor de todos. Con una gran destrucción en el tiempo orquestal, Howland ofrece un conjunto de perspectivas cambiantes. Una noche helada. Sydney, una joven madre solitaria, engañada por un trivial amigo de su existencia, regresa a su casa después de una ciudad con el señor Warshaw, un posible futuro amante, un hombre presunto pero amenazado por un episodio nocturno extraterrestre que lo dejó vacilante como n ‘ alguien. Esperaba que su hijo Mark, deseoso de llamar su atención, y su hija, estuvieran espiando la trastienda de la casa. Describe el pensamiento de cada personaje, en su forma de interrogación –a veces sin compasión–, sus carencias, sus emociones, sus decepciones y sus expectativas.
En el texto que cierra el libro, una mujer presencia, desconcertada, el deterioro irreversible de su padre, tras haber sufrido un accidente. Memorias de vidas hechas irresueltas, memorias tácitas sostenidas durante un largo período de tiempo y el repentino temor a perderlo para siempre: lo que aquí se cuenta es la intimidad de un duelo, que supone descubrir la vulnerabilidad de quien se considera indestructible.
Marca registrada de un autor notable, Howland debe tener sus cartas con cautela, como si se resistiera al control de todo, y buscaba esta manera de confirmar un secreto imposible de declarar por completo. Esto significa que no puedes entender la narrativa de la última historia: cuando se trata de un tema familiar «no importes la narrativa porque ¿quién conoce la narrativa?».
porque vengo y van, Bette Howland. Trans. Inés Guirnalda. Eterna Cadencia, 168 páginas.